El libro de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de
Philip K. Dick me pareció bastante divertido de leer. La trama es bastante
completa, hay momentos donde me quedé muy clavado leyendo y, aunque las lecturas
semanales contemplaban un límite de capítulos por leer, a veces leía de más
porque no podía quedarme con la duda. La idea, aunque ya un poco vieja, de los
androides que pueden simular ser humanos hasta un cierto punto, me pareció
intrigante desde el inicio del libro. Porque personalmente tengo interés en
inteligencia artificial y me parece que la forma en que se aborda este tema en
el libro va muy de la mano con los objetivos de la inteligencia artificial, la
prueba de Turing, etc.
Una de las cosas más interesantes, a mi punto de vista, fue la
caja empática junto con el Mercer. No terminé bien de comprender cómo se supone
que funcionaba el compartir tu alegría con otros que pasaban por situaciones
complicadas, cómo esto se relacionaba con el hombre subiendo la colina, pero, sobre
todo, cómo era posible que recibieran daño físico de las piedras de la grabación
si era precisamente eso, una grabación. Creo que podría darle una segunda leída
al libro porque probablemente se me escaparon detalles que hicieron que me
confundiera. En cuanto a los botones que te permitían inducirte un estado de ánimo
desde la alegría inconmensurable hasta la más dura depresión, me pareció un
tema muy interesante y me pregunto si alguna vez eso existirá en la realidad.
Sería un invento completamente innovador, aunque dejaría sin trabajo a los
psicólogos.
Sin embargo, he de admitir que esperaba un final un poco más
intenso. Personalmente, el final que Dick le dio a su obra no me gustó porque
creo que tenía potencial para más, esperaba alguna lucha con más androides, que
él resultara ser un androide al final de todo, que sucediera algo con Rachel
Rosen por el asesinato de su oveja, pero no.